Lo que preferimos no decir. Lo que decidimos ocultar

Juanan Salmerón
5 min readSep 26, 2021

“Todavía cuentan la historia los viejos de a raia.

Un vecino mayor cruzaba a diario la frontera entre Galicia y Portugal en bicicleta, cargando siempre un saco al hombro. Cada vez que atravesaba a raia, la Guardia Civil le daba el alto y le preguntaba qué llevaba en el saco. El hombre, paciente y educado, mostraba siempre el contenido: “es solo carbón”, explicaba. Y los agentes, mosqueados, lo dejaban pasar. En el otro lado se repetía la escena: la Guardia de Finanzas portuguesa también registraban el saco del hombre y lo dejaban seguir pedaleando. La misma escena se repitió durante años ante el malestar creciente de los guardias fronterizos. No solo eran incapaces de encontrarle material de contrabando, sino que en cada nueva pesquisa se manchaban el uniforme de carbón. Como en el cuento de Poe, en el que la policía registra minuciosamente una casa en busca de una carta que ha estado todo ese tiempo en primer plano, el secreto del hombre de a raia estuvo todos esos años a la vista. Era un contrabandista de bicicletas”.

Así empieza Fariña, el libro que escribió Nacho Carretero y que fue un rotundo éxito.

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“Hace años conocí a una morena en un afterjaus y la llevé sobre los hombros a casa al grito de “todo es bueno pa’l convento”. Me había dado el móvil y la dirección de correo antes de desaparecer como las aves de paso, que a veces se van de la cama tan despacio que parece que lo hacen levitando, como la niña del exorcista pero más discretamente. Dejé pasar un día antes de mandarle un sms en el que proponía llevarla a la playa y sacarla a cenar. No le debió de llegar, o yo había cogido mal su número, porque no me contestó. Envié un correo preguntándole si le había llegado el sms, ya que había pasado algo insólito: no me había respondido. Tampoco contestó ese día ni los siguientes, y cada veinte minutos yo abría el buzón alucinado al borde del colapso mientras pulsaba F5 como si no hubiese un mañana. Una semana después envíe un sms en el que le preguntaba si no creía que era poco elegante dejar a un hombre sin el placer, siquiera, de una negativa. Como quiera que tampoco respondió a eso, a los quince días tomé una decisión memorable: dejarla. “Es lo mejor, porque nos estamos empezando a hacer daño”, me excusé. Y abajo aún le mandé una posdata: “¿A ti qué te parece?”.

Este fue uno de los post que escribió Jabois en FronteraD y que incluyó en su Libro “Irse a Madrid”.

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Estos días descubrí el Podcast “De eso no se habla”, un podcast sobre silencios y secretos, sobre historias que la gente prefiere no sacar a la luz. De todos los episodios me han resultado especialmente interesantes “Preguntan por ti” y “El hijo del alemán”. Dos historias sobre cómo las familias ponen sus cimientos y sustentan su paz familiar en los silencios y en los secretos, en no preguntar ni sacar en la mesa historias incómodas. En dos familias que prefieren no conocer realmente cómo son los miembros de su familia. Estas historias que se cuentan en el podcast sucedieron durante el franquismo, pero siguen existiendo familias, parejas, amistades que se sustentan en lo mismo: en no indagar, no hablar nada que les pueda perturbar; en respetar, aunque les duela, que siempre habrá algo que la otra parte no les querrá contar, que nunca conocerán en su totalidad a la persona que tienen en frente. En aceptar que muchas veces la respuesta más sincera que puedes recibir es el silencio.

Esto me recordó a lo que le escuché hace unos meses a Enric González en su sección de A vivir en la Cadena Ser. Él, parafraseando a Leo Strauss, decía que lo más importante de un texto no es lo que se dice, sino lo que no se dice. Lo que prefieres ocultar de ti.

“El algoritmo puede procesar cada una de las palabras que usamos en internet, cada una de nuestras búsquedas, cada una de nuestras compras. Sabe todo lo que hacemos. Pero ignora lo que omitimos. Google ha comprobado, como Leo Strauss, que en el silencio se esconden muchas cosas interesantes. Quizá la auténtica identidad de cada uno esté ahí: en lo que prefiere no decir y en lo que prefiere no hacer”.

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Me ha dado por pensar últimamente en la historia del viejo contrabandista de bicicletas y en ese secreto que supo mantener durante años. En aquella novia de Manuel Jabois que nunca le respondió el SMS. Me ha dado por pensar en la mujer del podcast de “Preguntan por ti” y en por qué decidió ocultarle a su familia su romance con un hombre casado y adinerado. En Pedro Faura, el protagonista de “El hijo de alemán”, un cantautor exiliado durante el franquismo hijo de un alemán afín al nazismo que nunca sacó en la mesa su verdadera identidad y nunca le preguntó la suya a su padre. Me ha dado por pensar en todo lo que yo oculto en secreto a las personas que están cerca de mí. En aquellas veces que tuve que quedarme en silencio por mi bien y por el bien de otra persona. En todo aquello que he preferido no hacer y no decir. ¿Me definen mis secretos y silencios más que lo que digo y muestro?

Me ha dado también por pensar en estos días en cuántos secretos nos habrán pasado por delante aunque nos hayan manchado de carbón como le manchaban a los policías gallegos y portugueses. En si es mejor callar un secreto si sabemos que contarlo cambiará para siempre tu relación con aquella persona a la que se lo estás contando.

Nunca me han gustado los secretos y los silencios, me parecían y en cierto modo me siguen pareciendo una traición. Con el paso del tiempo, sin embargo, me he dado cuenta de que es algo humano y que lo único que podemos hacer con los secretos y silencios que nos afectan es aceptarlos sin insistir ni intentar indagar en algo que han decidido no mostrarnos.

Ya lo decía Albert Camus: “El buen gusto consiste en no insistir, todo el mundo lo sabe”.

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