Las flores que casi me compraste

Juanan Salmerón
3 min readNov 3, 2020

Hace unos meses leí un poema de Wendy Cope que se titula Flores y que me encantó.

“Algunos hombres nunca piensan en ello.

Tú lo hiciste. Viniste junto a mí

y dijiste que casi me habías comprado flores

pero que algo había salido mal.

La tienda estaba cerrada. O tenías dudas —

el tipo de dudas que mentes como las nuestras

no se cansan de inventar. Pensaste

que yo podría no querer tus flores.

Eso me hizo sonreír, abrazarte después.

Ahora solo puedo sonreír.

Fíjate: las flores que casi me compraste

han sobrevivido todo este tiempo”.

Me gustó porque me hizo pensar en que es cierto que hay muchas historias y experiencias que marcan más por lo que pudo haber sido de haber decidido (o de haber podido) comprar flores que por lo que realmente fue. Ese casi del poema me obsesionó durante unos días.

Sobre esos “casi” y sobre añorar lo que nunca sucedió, como cantaba Joaquín Sabina en Con la Frente Marchita, escribió también Trevor Noah en Prohibido Nacer este fragmento que se ha hecho viral bastantes veces:

“No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida ni de ninguna de las decisiones que he tomado. En cambio, me consumen los remordimientos por las cosas que no he hecho, las decisiones que no he tomado y las cosas que no he dicho. El miedo a fracasar y el miedo al rechazo nos hacen perder mucho tiempo. Y sin embargo, lo que más miedo debería darnos son los remordimientos. El fracaso es una respuesta. El rechazo es una respuesta. Pero los remordimientos son una pregunta eterna para la que nunca vas a obtener respuesta. “¿Qué habría pasado si?” “Ojalá hubiera…” “Me pregunto cómo habría sido” Jamás lo sabrás, y eso te atormentará durante el resto de tu vida”.

***

En 1999 David Lynch estrenó “Una Historia verdadera”, una película basada en hechos reales sobre dos hermanos ancianos que están enemistados más de diez años. A pesar de ello, cuando Alvin recibe la noticia de que su hermano Lyle ha sufrido un infarto, decide ir a verlo y recorrer los más de 500 kilómetros que los distancian en el único medio de transporte del que dispone: su máquina cortacésped.

***

Esta mañana me ha llamado mi doctora y me ha dicho que, tras dos semanas de cuarentena y haber dado negativo en la última PCR, puedo salir a la calle. Y yo, que soy un chico obediente, me he ido a dar una vuelta a mi zona favorita de Cieza.

Me han servido estas dos semanas encerrado en mi habitación para pensar en aquellas cosas que no podía hacer por estar aislado y, sobre todo, en aquellas cosas que no hice, no dije o no viví a pesar de haber podido hacerlas, decirlas o vivirlas. Nos define como personas las cosas que vivimos, dicen. Pero también nos define lo que no vivimos o no nos atrevemos a vivir. Los trenes que no cogemos.

Me acordé también del ejemplo de Alvin y de su decisión de cruzarse medio país con su cortacésped para no quedarse con la eterna duda de qué habría pasado si su hermano fallecía sin verlo o reconciliarse con él. Me gusta pensar que antes de partir hacia Wisconsin leyó ese poema de Gloria Fuertes que se titula Advertencia y que nos anima a todos a coger nuestro propio cortacésped y viajar hacia lo que que queremos vivir. Aunque solo sea para quitarnos las dudas y que no nos obsesionen esas flores que un día casi compramos.

“Cuando estés recién muerto,

aún con la tibia tibia,

aún con las uñas cortas,

querrás hacer algo

— lo que podías hacer ahora — ;

y ya habrán cerrado las tiendas y portales,

y ya será muy tarde para llegar a tiempo

a los que hoy te aman”.

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