La flecha que acabó en la calle de atrás

Juanan Salmerón
3 min readNov 22, 2020

Hace unos años leí “La Rampa”, una columna muy emotiva de Javier Gómez Santander, periodista y guionista de La Casa de Papel. En ella contaba el fallecimiento de su hermano y cómo sus padres, a pesar de que eran conocedores de que a su hijo no le quedaban muchos meses de vida, decidieron no hacer caso al diagnóstico y continuaron construyendo su casa adecuándola a las necesidades de su hijo. En la columna también contaba cómo el día que sus padres decidieron seguir construyendo la casa y “la rampa” que permitiría a su hermano salir y entrar de casa de forma autónoma todos los vecinos del barrio salieron a ayudarlos.

***

En 1991 se estrenó mi vídeojuego favorito: Los Lemmings. El juego consistía en conducir a un grupo de “roedores” a través de diversos obstáculos (paredes, montañas, etc) con el objetivo de llegar a la meta final y para ello estos roedores podían usar habilidades como la de escalar, construir escaleras, excavar o inmolarse. Había algo hipnótico en ese juego para mí y en cómo cada roedor era capaz de hacer algo distinto por el bien común y por conseguir que el mayor número de compañeros llegasen al final. Había algo también poético y es que no siempre era necesario que llegasen todos los lemmings al final para que pudieras pasar de nivel. Los roedores que tenían las habilidades de inmolarse o bloquear el paso a los compañeros nunca llegaban a la meta y se sacrificaban por ellos.

***

En 1992 se vivió en España uno de los acontecimientos que más nos han marcado como país recientemente: Los Juegos Olímpicos de Barcelona. Yo no tengo apenas recuerdos de aquella época, pero he visto imágenes de aquellos juegos en muchas ocasiones. En especial tengo muy presente el momento en el que Antonio Rebollo recibe la antorcha olímpica de Epi y apunta con su arco hacia el pebetero. 50.000 personas en el estadio y todo el mundo fuera de él guardó la respiración hasta que la flecha alcanzó su objetivo y encendió la llama. ¿Seguro? Será por edad o por ingenuidad pero descubrí ayer leyendo Simón de Miqui Otero que la flecha acabó en la calle de atrás del estadio. Descubrí que realmente nunca fue necesario que Antonio Rebollo acertase, simplemente debía lanzar la flecha hacia esa dirección y que la misma pasara por encima del pebetero para crear una ilusión óptica. El que está considerado el mejor encendido de la llama Olímpica de la historia no fue más que un truco, un estudiado ángulo de cámara para introducir efectos especiales.

***

Esta mañana me he despertado temprano para ayudar a mi padre a construir un muro en nuestro campo. Mi misión consistía básicamente en estar todo el día en la hormigonera. Esa era mi habilidad de haber sido un lemming.

Entre palada y palada mi cabeza daba vueltas sobre el artículo de la Rampa, los Lemmings y la flecha que terminó en la calle de atrás del estadio Olímpico y que sin embargo sigue haciendo felices a tantos.

Me dio por pensar en la importancia de no sentirse solo en los momentos en los que vienen mal dadas. En la importancia de encontrar gente que sea capaz de mirar por ti como esos roedores hacían con sus compañeros. En ser capaces de encontrar trucos e ilusiones ópticas para ser felices, aunque la flecha no alcance siempre su objetivo y para ello tengamos que contarnos mentiras en común.

--

--